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–Parece que Joaquín se ha salido del recorrido.
–Vaya.
–Ánimo Joaquín.
–Un crack nuestro Quini.
–Qué lástima, pero se ha intentado y el próximo se consigue seguro.
–¡Enhorabuena Joaquín por estar ahí!
–Un maratón es mucha tela.
El reloj marca las 12:07 del domingo 19 de febrero en la mágica Sevilla, pero hacía un buen rato que el pánico había cundido en el chat de WhatsApp de mi familia, que me permito citar textualmente. Yo había estado 3 horas y 34 minutos corriendo durante 42 kilómetros y 195 metros (mi reloj marcó 600 de más, ay las curvas), ingiriendo geles isotónicos cafeinados (de 226ers) cada 8, procurando no acelerar fruto de la emoción y empuje, intentando escalar el famoso muro. Hasta ahí, bien.
No entraba en mis planes que el AirTag, ese pequeño aparatejo de rastreo que lo mismo pones a las llaves de tu coche que al collar de tu indomable perro, y que yo llevaba en el pantalón, decidiese hacer turismo por el barrio de la Alfalfa y hacer saltar alguna que otra alarma.
Falsa, finalmente.
La mía, la de verdad, sonó aquel día hacia las 6 de la madrugada, aunque tiempo después aún no me haya despertado del todo. Mis piernas tampoco. Bajé a desayunar en el Hotel NH Plaza de Armas con el recorrido en la cabeza, repasando la calculadora de los ritmos, peleándome con los imperdibles de dorsal. No era nerviosismo lo que sentía. Sabía que la media maratón de Torremolinos (y todo lo que aprendí en ella) me había dado la confianza suficiente para llegar a meta sin aparentes sobresaltos y poder ir cómodo cerca de los cinco minutos por kilómetro. Es verdad que visualizas la carrera y piensas en cómo será lo desconocido –no había experimentado lo que era tirar más de dos horas un domingo, lo que hoy en día se pauta para un corredor popular–, pero es que tampoco había nadie a mi alrededor con el que echar un café. Y hay que entretenerse más allá de las cosquillas de la pistola de masaje.
En las horas previas, montadito de pringá mediante, había dejado a mi gente, los del AirTag, con todo controlado para vernos tras la meta. El sábado se volvió un poco sabadete en un concierto de flamenquito, pero todo estaba pactado: estarían repartidos por el recorrido –qué bonito hubiera sido haberles visto en el km 33 a las puertas de la Plaza de España– para darme ánimos a mí, y a mis felinos cuñados Paula y Álvaro, que con 3h09 y 2h45 en meta respectivamente, no permitieron que la tecnología les inquietase mínimamente. No han inventado nada que lo haga.
Cuando me despedí camino de los últimos hidratos y con las guitarras de fondo, Pinilla apeló a mis sentimientos menos racionales para desearme suerte: "Cuando estés cansado, recuerda que un atlético nunca se rinde". Cosas de fútbol, no hagan caso. Aunque luego, haciendo recap, resulta que al runner sufridor le viene bien tener un mantra al que aferrarse cuando ya no le sirve ni el azúcar. En mi caso fue hacia el kilómetro 38, cuando ya no fui capaz de bajar de 5:30 en los parciales, y casi ni de agacharme para parar un instante y despegarme una pegatina de mi suela que me perturbaba. Un temblor extraño me recordó que las fuerzas no estaban para malgastarse, pero es que ese pegajoso sonido andaba solapándose con mis voces interiores y el tintineo de mi colgante, el del escudo de mi abuela, el de los que nunca se rinden... Y no era plan.
Ah, la suela y la placa de carbono de mis Asics Metaspeed Sky+ funcionaron como un tiro, con esa amortiguación que agradeció mi zancada y que se vio reflejado en los ritmos de mis primeros 30 kilómetros. Días después, casi sin secuelas salvo para bajar las escaleras, veo que sus beneficios en la recuperación muscular son inmejorables y que fueron una gran elección para la carrera.
Vi las primeras caras conocidas ya en recta de meta, momento en que todo el mundo supo que había llegado, yo incluido. Fue una sensación indescriptible: me llegó a faltar un poco el aire, pero me sentí pleno; estaba seco, pero se me cayeron un par de lágrimas. Así que me bebí y comí todo lo que acompañaba a la medalla de finisher.
Miré el reloj por última vez, atisbé el arco, y me acordé de los rodajes de invierno por Majadahonda, los trotes por la Vía Verde de Alcaudete, la series de Marbella y las zancadas en las puestas de sol de Zahara con marea baja.
Me acordé de Lucía, que ha escuchado en más de una ocasión estos meses que "tenía que salir a correr". Y que debió pasar un mal rato cuando (no) me salí del circuito.
Me acordé de Ángel y sus 20 maratones, que me había dado todo tipo de consejos y advertencias. Los primeros los intenté cumplir, las segundas las viví en mis propias carnes, nunca mejor dicho.
De Santipevi, Diana, Nico, Rodri, Lucía, Mar, Mónica y Jesús, con los que brindé muy a gusto por un fin de semana irrepetible.
Y de Santiago y sus calcetines rojos, que me dejó, como siempre, infinitas enseñanzas y esta vez, un precioso y certero fragmento de un poema de Magdalena Sánchez Blesa:
Jamás una huida, por muchos que sean
Jamás ningún miedo, y si acaso os diera,
Jamás os lo noten, que no se den cuenta
Jamás un “me rindo”, si no tenéis fuerzas
Aunque fuese a gatas, llegad a la meta.
Valga también como mantra.
Repetiría sin dudar. Rebobinaría hasta el día que me picaron para apuntarme a una Behobia-SS hace año y medio sin saber nada de este mundo, ahora con el mono de no poder estar sin calzarme las zapatillas más de un día, cueste lo que cueste. Sin duda, este es el inicio de una bonita amistad con los 42k... Pero la próxima vez, creo que será sin AirTag.
Joaquín Gasca es experto en deportes de competición, tecnología y motor. Hace un tiempo que colgó las botas de tacos para centrarse en el pádel y el running… cosas de la edad, se queja. Pero también se apunta a cualquier bombardeo que tenga que ver con poner su cuerpo al límite, sea al volante de un Aston Martin o yendo a la oficina en patinete.
Es muy del Atlético de Madrid, así que cuando futbolistas como Marcos Llorente o Álvaro Morata han protagonizado la portada de Men’s Health, allí estaba él para escribirlas. Acaba de correr su primer maratón para Runner’s World, y como pasa en este universo, ya está buscando el siguiente para bajar de las 3 horas. Si hay que testear cualquier tipo de pala de pádel, vehículo o reloj, no pone problema. Incluso zapatillas. Lo que haga falta en equipación deportiva.
Joaquín se graduó en periodismo por la USP-CEU en 2013, pero desde 2009, cuando entró en el periódico de la Universidad, ya comenzó a ejercer de “periodista” 360 en digital y papel. Los siguientes pasos de sus casi 15 años de carrera los dio haciendo cultura y deporte en la revista Shangay, hasta que entró en Hearst una semana antes del inicio de la pandemia en 2020. También es profesor de redes sociales y nuevas tecnologías en la Universitas Senioribvs CEU y forma parte del Innovation HUB de Hearst para investigar sobre nuevas tendencias.