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Llegaba bien, pero estuve a punto de no llegar. Aterricé en Londres el sábado por la mañana, y mi plan era ir a la feria sin agobios, por la tarde, después de comer, correr su maratón el domingo cerca de las 3h30, y después celebrar mi 33 cumpleaños sin agobios, dar un paseo y entregarme a las calorías vacías, antes de volver a Madrid el lunes con las piernas de un espantapájaros. Cumplí, y fui muy feliz, solo con un pequeño sobresalto que estuvo a punto de echar al traste varios meses de entrenamiento.
Porque me convertí la última persona sobre aquel asfalto en recoger su dorsal.
Cuando quise darme cuenta de que las 18h era la hora límite para ello, estaba a más de media hora en metro de la feria del corredor engullendo un burrito mexicano, y apenas quedaban 40 minutos para la clausura. Cuando llegué al ExCel London, por donde habían pasado ya sus más de 50.000 runners y allegados, una señora en la puerta andaba pegando voces diciendo que quedaba menos de un minuto para cerrar. Esprinté –igual ahí me dejé algún minuto para el domingo–, y entre aplausos, un tipo corajudo me cogió de la pechera, me arrastró hasta el stand, me enchufó una camiseta de otra talla –ya no quedaban de la mía, aunque me prometieron que me la mandarían por correo postal, qué majos–, y me dijo que era mi día de suerte, que era el último dorsal que se entregaba.
- “¿Y si hubiese llegado un minuto más tarde?”, le pregunté.
- Pues no hubieses corrido mañana.
La flema británica.
Luego pensé que su rectitud también era la gracia de estar en la previa de una de las 6 Majors a.k.a mejores maratones del mundo, y una oportunidad única ya no para reconciliarme con la distancia de los 42 kilómetros, que siempre me había dejado ciertos sinsabores a partir del kilómetro 30 las ocasiones anteriores, sino para explorar mis límites sin presionarme demasiado –esto es un poco mentira–, solo con la expectativa de que mi cuerpo disfrutara un momento inolvidable.
Y funcionó: paré el reloj oficial en 3 horas, 22 minutos y 7 segundos, a ritmo de 4 minutos y 46 segundos el kilómetro, y ni rastro del muro, solo perdí 100 segundos en la segunda mitad de la carrera, y mejoré más de 10 minutos mi plusmarca personal. Y encima, estuve mejor acompañado que nunca, por mi compañera de vida, Lucía, y por mi compañero de andanzas, experto en zapatillas y carreras de Runner's World Carlos Jiménez, que debutó en la distancia con un exitazo y esta pedazo de historia.
También tengo que reconocer que fui menos anárquico que nunca en mi preparación, hice mucha más fuerza de lo habitual, y esta vez sí compaginé las tiradas y los trotes con más series y cuestas que creo que me dieron un extra de potencia en las piernas. También reduje la cantidad de alcohol lo que pude, y corrí la Media Movistar en Madrid 2 semanas antes para probarme: allí, en 1h36, supe que podía esbozar media sonrisa.
La otra media, ya el domingo de autos, comenzó en el desayuno de mi hotel a las 6.30 am, el impresionante Hyatt Regency London - The Churchill, a las puertas de Hyde Park y Oxford Street. Aquí, no suelo inventar ni cambiar mucho mis hábitos después del italiano de rigor la noche anterior: tostadas de pan con aceite y embutido, mucho yogur con frutas, 2 cafés y un zumo, y un pequeño croissant. Me calcé mis queridas Asics MetaSpeed Sky+ –volvía a comprobar que no hay ninguna que me siente mejor–, tren hasta la pradera de Greenwich Park, donde soplaba el viento, pero cada rayo de sol era un buen remanso. Por cierto, frío pero sin lluvia durante todo el fin de semana, ya firmábamos, y en verdad, los 14 grados de máximo fueron la temperatura perfecta para correr. Allí, Carlos y yo calentamos y echamos el rato, nada mejor para pasar los nervios previos. Luego entendí la diferencia entre una carrera bien organizada, sin aglomeraciones ni esperas y codazos en el cajón: una vez entras en él a la hora de tu oleada, ya empiezas a correr directamente. Con pis previo por los nervios, eso no hay quien lo quite.
El viaje, que para las piernas también es importante, fue un placer gracias a Vueling, que desde hace un tiempo están empeñados en que "los amantes del deporte puedan participar en estos acontecimientos deportivos disfrutando al mismo tiempo del placer de viajar y de descubrir nuevas ciudades y culturas". Ni un solo minuto de espera en mis 4 vuelos –hice escala en Barcelona–, y con todas las comodidades, impecable. Vueling se ha empeñado en llevar a los amantes del atletismo a las mejores maratones y medias maratones europeas, y ojo porque siempre me planteo ir a Atenas en noviembre, o más cerca en Valencia, la maratón más importante de España, y una de las más rápidas de mundo que tras más de 40 años de historia, a primeros de diciembre, rutas que también tiene disponibles. Es más: la compañía desde hace pocos meses ha lanzado rutas entre Barcelona y París con el aeropuerto de Londres Heathrow, y la conexión recuperada entre Barcelona y Londres Heathrow cuenta con dos frecuencias diarias todos los días de la semana, que unido a sus ocho vuelos diarios desde Londres Gatwick, suma un total de 10 y se afianza como líder del mercado en esta ruta.
Los siguientes 42 kilómetros y 195 metros se pasaron volando, y todo gracias al público. El fervor de la gente, con varias filas hacia atrás agolpadas, gritos y carteles, un estímulo en cada esquina y un asombro del que ya no salí: allí había miles de personas deseando que recorriésemos sus calles, no di crédito, y una vez más, comprobé la magnitud del evento. Suelo ir atento a las zapatillas de los demás, los outfits, los homenajes y disfraces, para detenerme a pensar en los enclaves emblemáticos por los que paso, pero no dio tiempo a nada. Ni siquiera a mirar mucho mi reloj, o controlar mis geles de cafeína de 226ers que ingerí cada 45 minutos: sabía que rodaba por debajo del umbral de los 5 minutos el kilómetro y que debía estar atento a cada avituallamiento, aunque fuese para mojarse un poco los labios con agua, y eso ya era suficiente para mantenerme ordenado. Qué curiosa la cabeza, en consonancia con las piernas, que funcionan mejor cuanto más relajadas van.
Apenas levanté la cabeza pasado el kilómetro 40, pasado el Big Ben y acariciando el Palacio de Buckingham, donde me estaba esperando Lucía para uno de los mejores y más necesarios abrazos de mi vida. Y sin más, la medalla, cansado, pero no extenuado. Y como siempre pasa: pensando en correr la siguiente, después de un parón mínimo tras completar 4 maratones en 14 meses, y volver a exprimirme con sensatez. Luego ya llegar a la feria un poco antes sería genial…
Joaquín Gasca es experto en deportes de competición, tecnología y motor. Hace un tiempo que colgó las botas de tacos para centrarse en el pádel y el running… cosas de la edad, se queja. Pero también se apunta a cualquier bombardeo que tenga que ver con poner su cuerpo al límite, sea al volante de un Aston Martin o yendo a la oficina en patinete.
Es muy del Atlético de Madrid, así que cuando futbolistas como Marcos Llorente o Álvaro Morata han protagonizado la portada de Men’s Health, allí estaba él para escribirlas. Acaba de correr su primer maratón para Runner’s World, y como pasa en este universo, ya está buscando el siguiente para bajar de las 3 horas. Si hay que testear cualquier tipo de pala de pádel, vehículo o reloj, no pone problema. Incluso zapatillas. Lo que haga falta en equipación deportiva.
Joaquín se graduó en periodismo por la USP-CEU en 2013, pero desde 2009, cuando entró en el periódico de la Universidad, ya comenzó a ejercer de “periodista” 360 en digital y papel. Los siguientes pasos de sus casi 15 años de carrera los dio haciendo cultura y deporte en la revista Shangay, hasta que entró en Hearst una semana antes del inicio de la pandemia en 2020. También es profesor de redes sociales y nuevas tecnologías en la Universitas Senioribvs CEU y forma parte del Innovation HUB de Hearst para investigar sobre nuevas tendencias.